Tendencias a Ganar la calle; Arte y protesta política en la recuperación del espacio público.
Las calles de muchas ciudades del mundo son actualmente escenario de operaciones políticas, sociales y culturales, que las vuelven a proponer como el lugar por excelencia de los proyectos colectivos. Puede tratarse de una explosión del arte en las calles como mecanismo de promoción urbana (alternativo al Guggenheim de turno), o un improvisado baile callejero como forma de protesta social; de exploraciones interdisciplinarias sobre el nuevo significado de las ciudades en nuestra época, o de provocaciones destinadas a irritar a burguesías y gobiernos. En algunos casos, las administraciones procuran con estas actividades revitalizar determinados sectores de ciudad; en otros, son "tribus" o subculturas urbanas las que organizan sus festejos al margen de la legalidad oficial. Y en un rasgo de ambigüedad que caracteriza a todos estos sucesos, encontramos que sectores políticamente contestatarios realizan sus manifestaciones incorporando criterios artísticos de vanguardia, o bien que las mismas vanguardias pelean directamente en las calles por su legitimidad cultural. No se trata de manifestaciones políticas en el sentido tradicional, ni de festividades urbanas oficiales de vieja o nueva data (como una fiesta patronal o el Forum de las Culturas del 2004 en Barcelona). Son experiencias callejeras, en algunos casos difíciles de definir, con una gran componente de espontaneidad, y que en general poseen algunas de estas características:
Se desarrollan en áreas centrales de la ciudad, incluso en lugares degradados o abandonados por la expansión hacia las periferias, y en muchos casos sin autorización oficial.
Tienen un fuerte contenido de reivindicación del espacio público para uso y fruición de la sociedad.
Generalmente están organizados por colectivos o alianzas sociales muy heterogéneos y de muy reciente formación.
Mezclan, en general, protesta política con alguna forma de vanguardia artística: las celebraciones artísticas tienen un fuerte contenido de protesta y crítica social, las manifestaciones políticas toman la estética de algunas vanguardias o subculturas.
Reivindican la libertad y espontaneidad del cuerpo, a diferencia de las férreas disciplinas y estrictas coreografías de las grandes manifestaciones de masas o de las fiestas urbanas tradicionales.
Last, but not least, no solo suceden "en la ciudad", sino que la ciudad, la calle misma, es un tema central de la protesta o la experiencia artística realizada: la ciudad misma se convierte en una estética y en una práctica cultural, la calle se considera como instrumento artístico, como una forma de arte en si misma.
Asistimos entonces, tanto desde la militancia más radicalizada como en las versiones "marketineras" de la festivalización urbana, a un interés renovado por la calle como escenario social, político y cultural.La vertiente política de esta recuperación se caracteriza por la reivindicación de la lucha colectiva directa, frente a la mediación y la manipulación de los "mass media". A las encuestas, a las cadenas informativas, a la difusión universal de slogans, mitos y consignas del poder, se opone la presencia corporal de los sujetos de la acción militante. A la privatización de la política y la vida social, la reivindicación directa del espacio público. Un grafitti de Buenos Aires dice "la prensa es del capital, las calles son nuestras". No por casualidad, la calle más que la plaza: a la plaza se va a escuchar el discurso del líder, en la calle se manifiesta y se pelea. Y para recrear ese carácter político de la calle, los activistas proponen recuperarla de sus grandes invasores: el automóvil, básicamente, pero también la publicidad que la ocupa con mensajes consumistas (que muchas veces reciclan y tergiversan los propios mensajes originales de la calle).
En buena medida, estas concepciones son herederas del situacionismo, el movimiento radical artístico, político y urbanístico que entre 1957 y 1971 produjo manifiestos, filmes, utopías urbanas y otras experiencias con el rótulo de la Internacional Situacionista. Uno de sus líderes, Guy Debord, decía en el Documento Fundacional del movimiento que "nuestra idea central es la construcción de situaciones, es decir, la construcción concreta de ambientes momentáneos de la vida y su transformación en una calidad pasional superior". Y sostenía a renglón seguido que "el arte integral, del cual se ha hablado tanto, no puede realizarse más que a nivel del urbanismo". Los situacionistas tuvieron una actuación destacada en el Mayo francés del '68, uno de los antecedentes más claros del fenómeno que estamos analizando. Pero no el único: en su cuento "Tema del traidor y del héroe", Borges menciona por ejemplo las Festspiele de Suiza, "vastas y errantes representaciones teatrales, que requieren miles de actores y que reiteran episodios históricos en las mismas ciudades y montañas donde ocurrieron". El gran escritor aventura en el relato una representación irlandesa del Julio Cesar utilizada para camuflar una operación política de castigo a un traidor. Y Richard Sennet refiere en "Carne y Piedra" las celebraciones revolucionarias francesas, puestas en escena por artistas como David y Quatremere de Quincy. Performances, situaciones y representaciones callejeras, que reafirman la vieja idea de la calle como teatro: en la sala que construyó para Vicenza, Palladio ya proponía distintos tipos de calles como otros tantos escenarios de representación.
Se desarrollan en áreas centrales de la ciudad, incluso en lugares degradados o abandonados por la expansión hacia las periferias, y en muchos casos sin autorización oficial.
Tienen un fuerte contenido de reivindicación del espacio público para uso y fruición de la sociedad.
Generalmente están organizados por colectivos o alianzas sociales muy heterogéneos y de muy reciente formación.
Mezclan, en general, protesta política con alguna forma de vanguardia artística: las celebraciones artísticas tienen un fuerte contenido de protesta y crítica social, las manifestaciones políticas toman la estética de algunas vanguardias o subculturas.
Reivindican la libertad y espontaneidad del cuerpo, a diferencia de las férreas disciplinas y estrictas coreografías de las grandes manifestaciones de masas o de las fiestas urbanas tradicionales.
Last, but not least, no solo suceden "en la ciudad", sino que la ciudad, la calle misma, es un tema central de la protesta o la experiencia artística realizada: la ciudad misma se convierte en una estética y en una práctica cultural, la calle se considera como instrumento artístico, como una forma de arte en si misma.
Asistimos entonces, tanto desde la militancia más radicalizada como en las versiones "marketineras" de la festivalización urbana, a un interés renovado por la calle como escenario social, político y cultural.La vertiente política de esta recuperación se caracteriza por la reivindicación de la lucha colectiva directa, frente a la mediación y la manipulación de los "mass media". A las encuestas, a las cadenas informativas, a la difusión universal de slogans, mitos y consignas del poder, se opone la presencia corporal de los sujetos de la acción militante. A la privatización de la política y la vida social, la reivindicación directa del espacio público. Un grafitti de Buenos Aires dice "la prensa es del capital, las calles son nuestras". No por casualidad, la calle más que la plaza: a la plaza se va a escuchar el discurso del líder, en la calle se manifiesta y se pelea. Y para recrear ese carácter político de la calle, los activistas proponen recuperarla de sus grandes invasores: el automóvil, básicamente, pero también la publicidad que la ocupa con mensajes consumistas (que muchas veces reciclan y tergiversan los propios mensajes originales de la calle).
En buena medida, estas concepciones son herederas del situacionismo, el movimiento radical artístico, político y urbanístico que entre 1957 y 1971 produjo manifiestos, filmes, utopías urbanas y otras experiencias con el rótulo de la Internacional Situacionista. Uno de sus líderes, Guy Debord, decía en el Documento Fundacional del movimiento que "nuestra idea central es la construcción de situaciones, es decir, la construcción concreta de ambientes momentáneos de la vida y su transformación en una calidad pasional superior". Y sostenía a renglón seguido que "el arte integral, del cual se ha hablado tanto, no puede realizarse más que a nivel del urbanismo". Los situacionistas tuvieron una actuación destacada en el Mayo francés del '68, uno de los antecedentes más claros del fenómeno que estamos analizando. Pero no el único: en su cuento "Tema del traidor y del héroe", Borges menciona por ejemplo las Festspiele de Suiza, "vastas y errantes representaciones teatrales, que requieren miles de actores y que reiteran episodios históricos en las mismas ciudades y montañas donde ocurrieron". El gran escritor aventura en el relato una representación irlandesa del Julio Cesar utilizada para camuflar una operación política de castigo a un traidor. Y Richard Sennet refiere en "Carne y Piedra" las celebraciones revolucionarias francesas, puestas en escena por artistas como David y Quatremere de Quincy. Performances, situaciones y representaciones callejeras, que reafirman la vieja idea de la calle como teatro: en la sala que construyó para Vicenza, Palladio ya proponía distintos tipos de calles como otros tantos escenarios de representación.